En náhuatl, Atitlán significa “entre las aguas”, en alusión al lago del mismo nombre, ubicado al interior de la caldera de un volcán extinto en Guatemala. Atitlán personifica la fluidez del agua mediante ondas y amarres que evocan la danza de las olas. Los amarres más largos insinúan corrientes persistentes, mientras que los cortos sugieren la constante fluidez del caudal. La luz se refleja como destellos en la superficie, generando una sensación de movimiento perpetuo y capturando la esencia efímera de la naturaleza acuática que atraviesa la pieza.

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